LA SONRISA DE ORO
Cuando volvió de África, mi padre había adquirido ya la costumbre de
saludar a los hombres con un efusivo beso, que a menudo le gratificaban con un
fuerte revés. Casi siempre en los dientes, que por su falta de calcio eran
débiles y se le rompían con facilidad. Cosa que él solucionaba sustituyéndolos
por otros de oro. Y aunque yo me consideraba prueba de su hombría, lo cierto es
que empezaba a cuestionármelo. Tal vez mi padre habría adquirido alguna otra
costumbre que yo desconocía. A él no parecían importarle las murmuraciones que
su cariñosa conducta suscitaba entre los demás. A mi en cambio me indignaba
recordarlo cada vez que reía mostrando orgulloso sus dientes de oro. Aquel día
esperábamos la visita del padre Luis, hombre rudo y educador a la antigua
usanza, que tenía tan prestos los cachetes como el escritor su pluma. Al
parecer nada más saber lo de mi padre telefoneó a casa con la intención de
arreglar el asunto de una vez por todas.
Con el café humeante en la mesa,
sentados alrededor aguardábamos al cura. Mi padre con su brillante sonrisa, mi
madre cabizbaja y triste, y yo, bueno yo quise pedirle que no lo hiciera pero
la puerta sonó como si fuese a derribarse. Mi madre se apresuró a abrir. Sí,
era el padre Luis, Biblia en mano y ceño fruncido. ¡No, no por favor! gritaba
yo mentalmente mientras seguía los pasos de mi padre. Que cariñoso sí, pero
terco también avanzaba hacía Don Luis como quien se dirige alegre al campo de
batalla. Cuando llegó a su altura mi valiente padre fue directo hacia la
mejilla del párroco. Yo detrás me llevé la mano a los ojos, aunque confieso que
el hueco entre los dedos me permitía observar la escena. En el preciso instante
en que Don Luis retrasaba su fuerte brazo mi padre resbaló. El puño de Don Luis
ya pueden imaginarse donde fue a parar. Sí, heredé la falta de calcio en los
dientes. La sonrisa de mi padre desapareció y sus dientes parecían haberse
apagado. Con la tristeza del vencido me abrazó rodeando con sus brazos mi
cabeza. Mientras me regalaba el más tierno de los besos comprendí que mi padre
era cariñoso y nada más. Me incorporé ávido de venganza. Sin derramar una sola
lágrima me acerqué osado hacia Don Luis. Con la sangre aún bajando por las
comisuras de los labios le largué un beso en la mejilla.
Miguel Ángel Moreno
MAMA MUY BUENA ELECCION AL PUBLICAR EL MARVILLOSO CUENTO DE PAPI
ResponderEliminareres la majorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarte doy un consejoooooooooooo¡¡¡¡ siempre se tu misma.................................puntoo y finallllllllllllllllllllllllllll¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
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