martes, 6 de mayo de 2014

LA SONRISA DE ORO (por Miguel Ángel Moreno Esteban)

LA SONRISA DE ORO




Cuando volvió de África,  mi padre había adquirido ya la costumbre de saludar a los hombres con un efusivo beso, que a menudo le gratificaban con un fuerte revés. Casi siempre en los dientes, que por su falta de calcio eran débiles y se le rompían con facilidad. Cosa que él solucionaba sustituyéndolos por otros de oro. Y aunque yo me consideraba prueba de su hombría, lo cierto es que empezaba a cuestionármelo. Tal vez mi padre habría adquirido alguna otra costumbre que yo desconocía. A él no parecían importarle las murmuraciones que su cariñosa conducta suscitaba entre los demás. A mi en cambio me indignaba recordarlo cada vez que reía mostrando orgulloso sus dientes de oro. Aquel día esperábamos la visita del padre Luis, hombre rudo y educador a la antigua usanza, que tenía tan prestos los cachetes como el escritor su pluma. Al parecer nada más saber lo de mi padre telefoneó a casa con la intención de arreglar el asunto de una vez por todas.

Con el café humeante en la mesa, sentados alrededor aguardábamos al cura. Mi padre con su brillante sonrisa, mi madre cabizbaja y triste, y yo, bueno yo quise pedirle que no lo hiciera pero la puerta sonó como si fuese a derribarse. Mi madre se apresuró a abrir. Sí, era el padre Luis, Biblia en mano y ceño fruncido. ¡No, no por favor! gritaba yo mentalmente mientras seguía los pasos de mi padre. Que cariñoso sí, pero terco también avanzaba hacía Don Luis como quien se dirige alegre al campo de batalla. Cuando llegó a su altura mi valiente padre fue directo hacia la mejilla del párroco. Yo detrás me llevé la mano a los ojos, aunque confieso que el hueco entre los dedos me permitía observar la escena. En el preciso instante en que Don Luis retrasaba su fuerte brazo mi padre resbaló. El puño de Don Luis ya pueden imaginarse donde fue a parar. Sí, heredé la falta de calcio en los dientes. La sonrisa de mi padre desapareció y sus dientes parecían haberse apagado. Con la tristeza del vencido me abrazó rodeando con sus brazos mi cabeza. Mientras me regalaba el más tierno de los besos comprendí que mi padre era cariñoso y nada más. Me incorporé ávido de venganza. Sin derramar una sola lágrima me acerqué osado hacia Don Luis. Con la sangre aún bajando por las comisuras de los labios le largué un beso en la mejilla.




Miguel Ángel Moreno


3 comentarios:

  1. MAMA MUY BUENA ELECCION AL PUBLICAR EL MARVILLOSO CUENTO DE PAPI

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  2. eres la majorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

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  3. te doy un consejoooooooooooo¡¡¡¡ siempre se tu misma.................................puntoo y finallllllllllllllllllllllllllll¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

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